Credo de poeta
Jorge Luis Borges
Me considero esencialmente un lector. Como saben
ustedes, me he atrevido a escribir; pero
creo que lo que he leído es mucho más importante que lo que he escrito. Pues
uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que quisiera, sino lo que puede. Los
versos que recuerdo son los que en este momento les vienen a ustedes a la
memoria:
Tú no has nacido para la muerte ¡inmortal
pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas;
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron
en los días antiguos el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia de hogar,
llorando se detuvo en el trigal ajeno.
(Keats,
Oda a un ruiseñor.)
Yo creía saberlo todo sobre las palabras, sobre el lenguaje (cuando uno
es niño, tiene la sensación de que sabe muchas cosas), pero aquellas palabras
fueron para mí una especie de revelación. Evidentemente, no las entendía. ¿Cómo
podía entender aquellos versos que consideraban a los pájaros –a los animales-
como algo eterno, atemporal, porque vivían en el presente? Somos mortales porque vivimos en el pasado y
el futuro: porque recordamos un tiempo en el que no existíamos y prevemos un
tiempo en el que estaremos muertos. Esos versos me llegaban gracias a su
música. Yo había considerado el lenguaje como una manera de decir cosas, de
quejarse, o de decir que uno estaba alegre, o triste. Pero cuando oí aquellos
versos (y, en cierto sentido, llevo oyéndolos desde entonces) supe que el
lenguaje también podía ser una música y una pasión. Y así me fue revelada la
poesía.
Le doy vueltas a una idea: la idea de que, a pesar de que la vida de un
hombre se componga de miles y miles de momentos y días, esos muchos instantes y
esos muchos días pueden ser reducidos a uno: el momento en que un hombre
averigua quién es, cuando se ve cara a cara consigo mismo... Y quizá desde
aquel momento (debo exagerar por el bien de la conferencia) me consideré un
“literato”.
Es decir, me han sucedido muchas cosas, como a todos los hombres: he
encontrado placer en muchas cosas: nadar, escribir, contemplar un amanecer o un
atardecer, estar enamorado. Pero el hecho central de mi vida ha sido la
existencia de las palabras y la posibilidad de entretejer y transformar esas
palabras en poesía. Al principio ciertamente, yo sólo era un lector...
Creo que he alcanzado, si no cierta sabiduría, quizá cierto sentido
común. Me considero un escritor ¿Qué
significa para mí ser escritor? Significa simplemente ser fiel a mi
imaginación. Cuando escribo algo no me lo planteo como objetivamente verdadero
(lo puramente objetivo es una trama de circunstancias y accidentes), sino como
verdadero porque es fiel a algo más profundo. Cuando escribo un relato, lo
escribo porque creo en él: no como uno cree en algo meramente histórico, sino
más bien, como uno cree en un sueño o en una idea...
Cuando escribo intento ser leal a los sueños y no a las circunstancias.
Evidentemente, en mis relatos (la gente me dice que debo hablar de ellos) hay
circunstancias verdaderas, pero, por alguna razón, he creído que esas
circunstancias deben siempre contarse con cierta dosis de mentira. No hay
placer en contar una historia como sucedió realmente. Tenemos que cambiar
alguna cosa, aunque nos parezca insignificante; si no es así, no nos
consideramos artistas sino, quizás meros periodistas o historiadores...
Si tuviera que aconsejar a algún escritor (y no creo que nadie lo
necesite, pues cada uno debe aprender por sí mismo), yo le diría simplemente lo
siguiente; lo invitaría a manosear lo menos posible su propia obra. No creo que
retocar y retocar haga ningún bien. Llega un momento en que uno descubre sus
posibilidades: su voz natural, su ritmo. No creo que ninguna corrección
superficial resulte útil, entonces.
Cuando escribo, no pienso en el lector (porque el lector es un
personaje imaginario) ni pienso en mí (quizá porque yo también soy un personaje imaginario), sino que pienso en lo que
quiero transmitir y hago cuanto puedo para no malograrlo.
Cuando yo era joven creía en la expresión. Había leído a Croce, y la
lectura de Croce no me hizo ningún bien. Yo quería expresarlo todo. Pensaba,
por ejemplo, que, si necesitaba un atardecer, podía encontrar la palabra exacta
para un atardecer, o mejor, la metáfora más sorprendente. Ahora he llegado a la
conclusión (y esta conclusión puede parecer triste) de que yo no creo en la
expresión. Sólo creo en la alusión.
Después de todo, ¿qué son las palabras? Las palabras son símbolos para
recuerdos compartidos... Cuando escribo algo, procuro no comprenderlo. No creo
que la inteligencia tenga demasiada relación con el trabajo del escritor...
(Jorge Luis Borges:
“Credo de poeta” en Arte poética. Seis
conferencias. Crítica, Barcelona, 2001.)
A la hora de los
concursos... Al preparar un curriculum vitae
Wislawa Szymborska
Premio Nobel de 1996
¿Qué se necesita?
Llenar la solicitud
y añadir un curriculum
vitae.
Corta o larga la vida,
su compendio debe ser breve.
Concisión y selectividad
resultan obligatorias.
Sustitución de paisajes por
direcciones,
de trémulos recuerdos por
fechas firmes.
De todos los amores sólo los
conyugales
y de
todos los hijos nada más los que realmente nacieron.
Quién
te conoce es más importante que a quién conoces.
Menciona viajes sólo si a
otros países.
Membresía en qué pero sin
para qué.
Premios y distinciones pero
sin los porqués.
Escribe
como si nunca hubieras hablado contigo mismo
y siempre te esquivaras a ti
mismo.
No digas nada acerca de tus
perros, gatos y pájaros,
recuerdos invaluables,
amigos, sueños.
El
precio antes que el valor, el título más que el contenido.
El número que calza antes
que adónde va
la persona que ellos suponen
eres.
Añade una foto de credencial
con una oreja expuesta.
Lo que importa es su forma,
no lo que escucha.
¿Y qué escucha?
Estruendo de aparatos que
reducen
todo el papel a pulpa.
(traducción
de José E. Pacheco D.R. Revista Proceso,
Méjico)
Los valores de la literatura
Susan Sontag
En un sentido, el empírico o fáctico, la literatura es meramente la
suma de todo lo escrito y tenido por literatura. En otro sentido, el ideal, la
literatura es la suma de todo lo que mejora, enaltece y hace más necesaria la
actividad literaria. En esta segunda y más valiosa acepción, la literatura
honra y representa metas ideales en sentido estricto. Es decir, nunca
alcanzadas del todo. Sin embargo, son aún más irresistibles y ejercen mayor
autoridad como ideales precisamente porque resulta muy difícil mantenerlos.
Imaginemos la literatura como una utopía... un lugar en el que imperan los
modelos más encumbrados, casi inaccesibles. Se pueden deducir unas cuantas
normas de una interpretación determinada de la literatura.
Esta es mi utopía. Es decir, aquí están los modelos que infiero o me parece que sustenta la empresa de la literatura.
UNO Las actividades literarias son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de “éxito” y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje.
Esta es mi utopía. Es decir, aquí están los modelos que infiero o me parece que sustenta la empresa de la literatura.
UNO Las actividades literarias son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de “éxito” y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje.
DOS La literatura es
una arena de logros individuales, de méritos individuales. Esto implica que no
se confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las
comunidades débiles o marginadas.
TRES La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Los escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y nos leemos los unos a los otros. El poder característico de la literatura es que nos deja una impresión de extrañeza. De asombro. De desorientación. De que nos encontramos en otro lugar.
CUATRO Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado. El mundo pluralista actual depende del predominio de los valores seculares.
TRES La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Los escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y nos leemos los unos a los otros. El poder característico de la literatura es que nos deja una impresión de extrañeza. De asombro. De desorientación. De que nos encontramos en otro lugar.
CUATRO Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado. El mundo pluralista actual depende del predominio de los valores seculares.
Así es que, para
enunciar de otra manera lo que acabo de decir:
Uno. Desprecio a los valores mercenarios. Dos. Aversión a hacer uso principalmente instrumental de los escritores. Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales. Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura. Estos son, en efecto, valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura, la literatura en su conjunto, aún los encarna. Aún estimula a los escritores. Aún nutre a los lectores, a los verdaderos lectores.
Uno. Desprecio a los valores mercenarios. Dos. Aversión a hacer uso principalmente instrumental de los escritores. Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales. Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura. Estos son, en efecto, valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura, la literatura en su conjunto, aún los encarna. Aún estimula a los escritores. Aún nutre a los lectores, a los verdaderos lectores.
(Extractado del discurso de la intelectual norteamericana
al recibir el premio Príncipe de Asturias.)
Ocho reglas para escribir ficción
Kurt
Vonnegut
1. Utilizar el tiempo
ajeno de modo tal que el otro no sienta que lo ha malgastado.
2. Dar a lector al
menos un personaje con quien pueda identificarse.
3. Cada personaje
debe desear algo, aunque sea sólo un vaso de agua.
4. Cada frase debe,
al menos, revelar algo sobre un personaje o hacer que la acción avance.
5. Comenzar tan cerca
del final como sea posible.
6. Ser sádico. Más
allá de qué tan dulces e inocentes sean tus personajes principales, haz que les
sucedan cosas terribles, para que el lector pueda saber de qué son capaces.
7. Escribir para
satisfacer a una persona. Si pretendes cautivar a todos, tu historia resultará
fallida.
8. Dar a tus lectores
tanta información como sea posible, lo más pronto posible. Para que el suspenso
no decaiga, los lectores deben saber qué está sucediendo, dónde y por qué, para
poder terminar la historia por sí mismos, pues las cucarachas podrían comerse
las últimas páginas.
Kurt Vonnegut nació
en Indianápolis, Estados Unidos, el 11 de noviembre de 1922 y murió tras una
caída, a los 84 años. De fuerte sensibilidad humanística, fue muchas veces
comparado con Mark Twain por la forma en que el humor teñía su mirada
pesimista. Como en el caso de Twain, algunas de sus obras fueron censuradas.
Entre ellas, Matadero 5 (1969), donde
refleja sus experiencias de guerra como prisionero de los alemanes en Dresde
durante la Segunda Guerra Mundial, mientras la ciudad era destruida por los
bombardeos aliados. Esta novela, en la que mezclaba la realidad y la
ciencia-ficción para mostrar una visión crítica, no exenta de humor, de la
sociedad y en particular de la crueldad bélica, le dio notoriedad y se
convirtió en uno de los libros más simbólicos del pacifismo.
Tras la guerra, el
escritor se desempeñó como periodista en Chicago, hasta que publicó la primera
de sus 14 novelas, Player piano, en
la que describe con humor e ironía una sociedad dominada por las máquinas y las
diferencias de clase. En su último libro, Un
hombre sin patria (2005), una colección de ensayos que fue best seller,
Vonnegut atacó todo lo que consideraba criticable: la Casa Blanca, la guerra de
Irak y la contaminación del planeta. Había nacido en Indiana, en 1922. Su
constante crítica social, con tendencia a la sátira y al humor negro y el
empleo de técnicas vanguardistas y elementos fantásticos fueron las claves en
las que cimentó su prestigio como autor. Vonnegut, que se definía a sí mismo
como un escéptico religioso y un librepensador humanista, había nacido en 1922
en Indianápolis, ciudad que había declarado 2007 como el año del escritor.
Fuente: Vonnegut, Kurt Bagombo Snuff Box:
Uncollected Short Fiction - New York: G.P. Putnam's Sons, 1999
Qué es
escribir
Stephen King
En general nunca salgo sin un libro. Nunca se sabe cuándo apetecerá
tener una válvula de escape: colas kilométricas en los peajes, las salas de
embarque de los aeropuertos, las lavanderías automáticas en tardes de lluvia, o
lo peor de todo: la consulta del médico cuando se retrasa y tienes que esperar
media hora para que te torturen una parte sensible del cuerpo.
O sea, que leo siempre que puedo, pero tengo un lugar de lectura
favorito, y seguro que tú también: un sitio con buena luz y mejor ambiente. El
mío es el sillón azul de mi estudio. Tú quizá prefieras el sofá, la mecedora de
la cocina o la cama: leer en la cama puede ser paradisíaco, a condición de
tener la página bien iluminada y no ser propenso a tirar el café o el coñac en
las sábanas.
Supongamos, por lo tanto, que estás en tu lugar de recepción; favorito,
igual que yo en el mío de transmisión. Nuestro ejercicio de comunicación mental
tendrá que realizarse en el tiempo, además de en la distancia; pero bueno, no
pasa nada: si todavía podemos leer a Dickens, Shakespeare y (con la mediación
de algunas notas) Heródoto, la distancia entre 1997 y 2000 no parece
insalvable. ¿Listo? Pues adelante con la telepatía.
Te habrás fijado en que no tengo nada en las mangas, y en que no muevo
los labios. Es muy probable que tú tampoco. Fíjate en esta mesa tapada con una
tela roja. Encima hay una jaula del tamaño de una pecera. Contiene un conejo
blanco con la nariz rosa y los bordes de los ojos del mismo color. El conejo
tiene un trozo de zanahoria en las patas delanteras y mastica con fruición.
Lleva dibujado en el lomo un ocho perfectamente legible en tinta azul. ¿Estamos
viendo lo mismo? Para estar seguros del todo tendríamos que reunimos y comparar
nuestros apuntes, pero yo creo que sí. Claro que es inevitable que haya ciertas
variaciones: algunos receptores verán una tela granate, y otros más viva. (Los
receptores daltónicos la verán gris ceniza.) Puede que algunos vean adornos en
el borde de la tela. Las almas decorativas habrán añadido un poco de encaje, y
son muy libres de hacerlo.
Mi mantel es vuestro. Ni siquiera coincidimos en el año, y no digamos
en la habitación. Y sin embargo estamos juntos. Muy cerca. Se han tocado
nuestras mentes. Yo te he enviado una mesa con una tela roja, una jaula, un
conejo y el número ocho en tinta azul. Tú lo has recibido todo, y en primer
lugar el ocho azul. Hemos protagonizado un acto de telepatía. Telepatía de
verdad, ¿eh? Sin jugarretas místicas. No pienso ahondar en lo expuesto, pero
antes de seguir deseo hacer una puntualización: no es que me haga el listo, es
que hay algo que exponer.
El acto de escribir
puede abordarse con nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación
(cuando intuyes que no podrás poner por escrito todo lo que tienes en la cabeza
y el corazón). Se puede encarar la página en blanco apretando los puños y
entornando los ojos, con ganas de repartir ostias y poner nombres y apellidos,
o porque quieres que se case contigo una chica, o por ganas de cambiar el
mundo. Todo es lícito mientras no se tome a la ligera. Repito: no hay que
abordar la página en blanco a la ligera.
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